lunes, 27 de abril de 2009

¡A por ellos!

Este grito, tan común en las canchas de baloncesto o en los campos de fútbol cuando las cosas se ponen difíciles, deberíamos de repetirlo alguna vez, aunque sólo fuera para nuestros adentros, gestionando proyectos y empresas. Las cosas no salen siempre como uno piensa - obviedad de Keating- pero tampoco podemos venirnos abajo por algo que no fluye como debería. Hay que seguir sonriendo, apretar los dientes dos segundos, levantar la cabeza y decir: ¡A por ellos!

Soy de los que creen que hay que tener siempre más frentes abiertos de los que uno puede gestionar. Y no se trata de que al decir esto acepte que es bueno mantener varios proyectos al ralentí, o hacerlos a medias: nada más lejos de lo que pienso y hago. Lo que digo es que un proyecto, como un libro recién escrito, necesita madurar, y que atendiendo a varios frentes a la vez permites que todos tengan su espacio natural para crecer, porque no agobias a ninguno.

Imagina que sólo tienes un hijo, una planta, un perro, una ocupación, y que todo tu tiempo se lo dedicas a ese frente. Evidentemente, tu hijo no tendría ni amigos ni personalidad propia, la planta se ahogaría de tanto regarla, el perro se acabaría escapando de ti, y lo más probable es que te echaran del trabajo por conflictivo... El tiempo en la vida es, de lejos, el recurso más escaso, y creo que la clave para hacer más cosas buenas, es dejarles tiempo libre para que crezcan sin que tú estés presente. Si te necesitan, te llamarán. Dadle hilo a las cometas, que alguna llegará a convertirse en estrella...

Hace días que no escribía... Y es que aunque también el blog tiene su vida y su ritmo, es verdad, hoy agradezco a una de las princesas más sensatas y buenas que conozco que me haya animado a volver.

1 comentario:

Jorge Santos dijo...

Tienes razón. Los proyectos al igual que los hijos necesitan su espacio propio. Tu intentas encauzarlos y ellos luchan por ser independientes. Les enseñas lo mejor que puedes y esperas que acierten y se confundan. Si al pájaro que tienes entre manos lo aprietas demasiado se ahoga y muere, pero si apenas cierras las manos se escapa.