lunes, 9 de febrero de 2009

Víctor Pradera, 89 - (8)

Algo ronda por la cabeza de Marino. Anda de un lado para otro, sin parar de fumar, sin escuchar ni ver a nadie que se le acerque. A pesar de la tensión que percibo, su gesto no cambia, impecable siempre hasta en el más sórdido de los garitos, imperturbable, no es sangre lo que tiene en las venas, es hierro fundido. Una vida rota en dos por la Guerra Civil, que se llevó a sus padres y hermanos, quedando él como ejemplo de una casta familiar de difícil parangón. Marino era el más liberal de una familia de derechas de toda la vida, pero la factura de esos tres años le cambiaron por completo, convirtiéndole a base de balazos en el alma en casi un mercenario.

Cumple años con el siglo, pero no celebra casi nada. Le miras a las ojos y sientes el vértigo de una vida infinita que se esconde dentro, y que a gritos mudos reclama salir de ese infierno. Es una mirada helada, son unos ojos verdes que no miran, pero que lloran sólo por no poder hablar. Es la pena y el drama en blanco y negro. Es el daño de un alma desgarrada... Y está todo ahí, dentro. Sin poder salir y sin opción a ello. Cada año que pasa Marino se vuelve más huraño, más inaccesible. Y a pesar de que no estoy pasando la mejor de mis épocas, sé que puedo ayudarle. La buena noticia es que ha sido él quien me ha llamado. Algo ronda por su cabeza, seguro...

Pero mira que es pesada la Gertru, oye: no acaba de entrar y ya la tengo delante, dándole al palique, ni que yo fuera su confesor, joder.... Un día voy a saltar y me va a conocer de verdad.

- Sebas, por favor, dame la cuenta que ésta se me sienta...

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